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A veces te llega un libro que resulta ser una obra maestra. Quizás convendría definir ese concepto, y seguro que habría variedad de opiniones. Por eso voy a reformular el principio de este Odradek de los viernes: a veces te llega un libro que te transforma, eres una persona al principio de su lectura, y algo te ha quedado dentro que te ha cambiado cuando cierras sus tapas. Pues bien, esta y no otra es la historia de la lectura de Mendelssohn en el tejado, la obra maestra del escritor checo Jiří Weil que publicó hace ya tres años la editorial Impedimenta, y de la que os voy a hablar hoy.

Mendelssohn en el tejado apareció en 1960, de forma póstuma y apenas un año después de que una leucemia acabase con la vida de su autor. Sin duda, es una de las mejores novelas checas, tal vez la mejor, de la segunda mitad del siglo XX.

¿Qué podemos encontrarnos en Mendelssohn en el tejado que la convierte en una experiencia de lectura tan especial?  En primer lugar, el texto reúne todos esos elementos que la convierten en claro ejemplo de lo que ya he denominado en este mismo Odradek como la literatura de Praga; y eso siempre resulta fascinante en una novela.

En la serie de dos entregas que publiqué aquí en Achtung! fui estableciendo las características principales de este tipo de novelas praguenses: Praga y el ahogo, Praga y la muerte, Praga y la enfermedad, Praga y la chatarra, Praga y la basura, Praga y Gustav Meyrink, Praga y Franz Kafka…, categorías a las que se pueden añadir Praga y el Golem, Praga y la crónica negra, Praga y los asesinos…

Pues todas estas categorías, o casi todas, de una u otra forma aparecen reflejadas en la novela de Jiří Weil. Os dejo los dos enlaces a mi serie del análisis de la literatura de Praga por si os interesa profundizar algo más en el asunto:

https://achtungmag.com/visiones-de-praga-la-ciudad-escrita-por-sus-autores-primera-parte/

https://achtungmag.com/visiones-de-praga-la-ciudad-escrita-por-sus-autores-segunda-parte/

Mendelssohn en el tejado incorpora todos estos temas afines a la literatura de la ciudad en una narración que se ubica durante los crueles tiempos de la ocupación nazi de Bohemia. De ese modo, y mediante una visión cruda y realista de la sociedad y de la ciudad, y de un tratamiento directo de los hechos históricos, se nos ofrece un complejo tejido coral protagonizado por una serie de personas que se definen por su comportamiento, o posición, en relación a los nazis.

Jiří Weil, el autor de esta obra maestra que es Mendelssohn en el tejado.

Por un lado, tenemos a los checos que han sido invadidos y se ven obligados a trabajar bajo las órdenes de los alemanes, muy a pesar suyo y para salvar la vida. Por otro, los checos colaboracionistas, que han decidido voluntariamente ayudar al invasor a cambio de algunas pequeñas prebendas. Además, tenemos a los checos que han decidido ocultarse del horror y a los checos que han optado por resistir activamente. A todos ellos debemos que añadir a los propios nazis desplazados a la ciudad, desde cargos bajos y medios, hasta el propio Reichsprotektor de Bohemia y Moravia, apodado como el carnicero de Praga, Reinhard Heydrich.

Y, como no, los judíos checos de Praga, desde los ciudadanos más normales hasta los miembros del Consejo, obligados, también, a colaborar con los nazis de diferentes formas. Bien con trabajos forzados o esclavos, bien contribuyendo al expolio de los otros judíos, o administrando la burocracia necesaria para el proceso de exterminio de los judíos de la zona: primero, mandándolos al campo de tránsito de Terezín y, después, gestionando las listas de aquellos que se enviarían a Auschwitz.

Los aciertos literarios de Jiří Weil en esta composición son muchos, producto de su solidez como escritor y de su gran olfato narrativo. Ha creado una obra coral con muchos personajes, ninguno decididamente protagonista, pero todos ellos son decisivos, interesantes, y ninguno superficial. ¿Cómo lo consigue?

El autor nos muestra los problemas y dilemas psicológicos de cada personaje, éticos también, que se desprenden de su relación con los nazis, ya sean colaboradores, resistentes, ocultos, trabajadores forzados, condenados a muerte o, incluso, aquellos que atentarán contra la vida de Heydrich, e incluso conoceremos durante el primer tercio de la novela lo que atosiga al propio Heydrich. De esa forma, el profundo estudio psicológico de los personajes los caracterizará por sus miedos, dudas o remordimientos ante las acciones que están llevando a cabo.

Por otro lado, la novela ofrece un retrato histórico frío y demoledor, podría decir que deleznable, de los hábitos cotidianos de aquellos días de la ocupación alemana. Las vidas que vemos pasar ante nuestros ojos lectores son las vidas de las personas que se veían en la obligación de afrontar un día más con el pavor a los invasores, con el hambre del racionamiento, con el mutismo y el miedo de los ocultos, con el odio de los resistentes y, sobre todo, con la ignominiosa carga de que en aquellos momentos solo contaba el poder sobrevivir unas horas más, tal vez un día más, y para ello debían hacer cosas moralmente inaceptables, indecentes, crueles o simplemente criminales.

El carnicero de Praga, el Reichsprotektor de Bohemia y Moravia, Reinhard Heydrich.

De esa forma la cala histórica que lleva a cabo el autor en el momento temporal determinado de la ocupación se reviste de dos capas de barniz literario: la propiamente documental, los hechos registrados, y la personal, con el desarrollo interno de los personajes. De esta forma, tenemos una novela histórica impecable, muy del estilo de las de Stefan Zweig, por ejemplo, solo que Jiří Weil ha sabido humanizar a los personajes históricos y elevar a la categoría de héroes a los secundarios.

Novela histórica y novela coral, novela realista y psicológica, novela de Praga —de esa Praga de la quincalla, de la chatarra y la suciedad de Bohumil Hrabal, novela de la Praga de los asesinos y los asesinatos, de las crónicas negras de Egon Erwin Kisch, y novela de los autómatas, novela de la Praga de Meyrink, al fin, y de su Golem, porque Mendelssohn en el tejado es, por encima de todo, la novela de la Praga de las estatuas.

Mendelssohn en el tejado es una novela de estatuas, algo que define a Praga, con un censo estatuario descomunal. No en vano, el Mendelssohn que se encuentra en el tejado es la efigie del compositor ubicada en un alero del tejado del Rudolfinum, el complejo arquitectónico musical que con la llegada de los nazis había sido renombrado como la Casa de la Música Alemana y, obviamente, la estatua de un compositor judío como Mendelssohn sobraba en la azotea.

Litografía en color de Edmond Maurus datada en1935 y que ha servido para la portada de la novela que ha elegido la editorial Impedimenta.

La orden del Reichsprotektor es la de tirar la estatua de Mendelssohn, pero como nadie sabe distinguirla están a punto de acabar con la de Wagner (dado que tenía la nariz de apariencia más mosaica de todas las efigies). Este malentendido inicial, con mucha ironía y humor satírico al mejor estilo del Švejk de Hašek, es un inicio de la novela magnifico, pero también algo engañoso.

Desde la bufonada inicial, el texto irá derivando, se irá introduciendo en la oscuridad, la crudeza, pasando por alguna pequeña paliza (que rompe algún diente con profusión de sangre), para adentrarse en conductas cada vez más violentas y miserables, alcanzado el asesinato e, incluso, las ejecuciones sumarísimas.

El espiral de crueldad de Jiří Weil con sus personajes desemboca en un par de capítulos finales tan memorables como los del principio son algo chocarreros; lamentablemente, estos capítulos finales no tienen nada de lo zafio que nos llevó a sonreírnos al principio, ni la carga irónica. Nada que se le parezca. El final de Mendelssohn en el tejado es épico, pero también se presenta cargado de lirismo, como una forma, quizás, de anestesiar la brutal crueldad que se describen en esas páginas finales.

Detalle de una de las puertas de entrada al campo de Terezín.

Al final, toda la literatura de Praga que ha ido desarrollado sus motivos a lo largo del texto, incluso esa Praga de las estatuas que tanta presencia tiene —hasta se mencionan las efigies del Puente de Carlos—, todo eso ha desembocado en una literatura de la Praga de los asesinos, de la Praga de la muerte y los carniceros. De la Praga de la sangre.

Por estos capítulos finales, la novela funciona sobre nosotros, lectores, como una carga de profundidad. Nos ha ido llevando de la mano por una crecida de horrores hasta el clímax más inhumano y virulento, y en ese proceso nos ha obligado a cambiar; percibimos que algo se ha transformado en nosotros.

La ocupación nazi en la Plaza Vieja de Praga y con la iglesia de Nuestra Señora de Tyn al fondo.

Con Jiří Weill y Mendelssohn en el tejado nos hemos ido dando cuenta, y aceptando, que la cobardía es una forma de supervivencia válida en según qué momentos, que no existen finales felices, solo finales, generalmente injustos, pero finales al fin y al cabo. Que un héroe puede ser cualquiera que se plantee un dilema moral, aunque no haga nada para resolverlo, y que siempre existirá gente dispuesta al sacrificio, lo que dota a estas páginas empapadas de sangre con el dorado brillo del optimismo y la esperanza.

Esperanza: a pesar de su discurso terrible, del retrato fantasmal (algo muy praguense, por cierto) y de su final anegado en dolor. Y si con todo ello, somos capaces de cerrar el libro creyendo en que el bien resiste y que la humanidad merece la pena, eso, sin duda, se debe a la inmensa maestría del autor que ha sido capaz de componer estas páginas tan inolvidables como estremecedoras. Inolvidable y estremecedora: las características necesarias, al menos dos de ellas, de una obra maestra de la literatura.

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