Seleccionar página

La segunda jornada de la séptima edición del Festival Cuerpo Romo se desarrolló con una programación que supo equilibrar a profesionales jóvenes y consolidados, con piezas de suma calidad. Y que si uno se lo proponía, éstas se complementaban las unas con las otras en lo que se refiere a su contenido. Aquí les dejo con una noche en el que se celebró el amor a la danza desde distintos.

Foto: Elías Aguirre

Foto: Elías Aguirre

 

 Latente de Ana F. Melero

Latente me recordó a un fragmento contenido en  Entre el pasado y el futuro  de Hannah Arendt, en donde ella cita  una parábola de Franz Kafka que se llama Él, y dice así:

Él tiene dos adversarios: el primero desde atrás, desde su origen. El segundo le bloquea el camino hacia adelante. Lucha contra ambos. En realidad, el primero lo apoya en su lucha contra el segundo, pues lo quiere empujar hacia adelante e, igualmente, el segundo le presta su apoyo en su lucha contra el primero, ya que lo presiona desde atrás. Pero esto es sólo teóricamente es así. Pues ahí no están sólo los dos adversarios, sino él mismo también, ¿y quién no conoce sus intenciones? Siempre sueña que, en un momento de descuido –y esto, debe admitirse, requeriría una noche impensablemente oscura-, puede evadirse del frente de batalla y ser elevado, gracias a su experiencia de lucha, por encima de los combatientes como el árbitro.

Según Hannah Arendt esta es “la metáfora perfecta de la actividad del pensamiento”, y en esta medida se ha de aclarar, que de ninguna manera esto valdría como una representación factible en una realidad tangible. Haciendo que dicho “frente de batalla” no sea habitable para “él”, y mucho menos, sea el presente tal y como lo conocemos. Sino más bien, como una “brecha” que se da en el tiempo histórico que detona la linealidad, con la que van ambas fuerzas en juego.

En este sentido, ese sitio donde colisiona las fuerzas se mantiene una tensión por la lucha por la que pasa “él”, para resistirse a las emanaciones de las fuerzas. Y una vez que chocan las mismas, se genera una tercera fuerza, que tendría su origen justo en el punto de impacto. Y aunque esta diagonal apunte hacia el infinito, se fija en el presente mientras se vincula a “él”, de tal manera que tiene la oportunidad de caer en consciencia de la de posibilidades albergadas en el espacio-tiempo configurado por las fuerzas. Así “él” encontraría un lugar en el que se podría alejar lo suficiente de dicho espacio-tiempo, donde juzgar lo que está presenciando.

Desconozco si esta profesional andaluza tuvo en mente estos textos a la hora de ir configurando el marco conceptual de Latente, pero no me sorprendería que ella en como ser humano que se piensa a sí misma en tanto sujeto que se desenvuelve en el espacio-tiempo, haya transitado por cosas parecidas. Esto es: durante la interpretación de  Latente  vemos a Ana F. Melero como un personaje desdibujado, que precisa encontrar un lugar en donde posar sus pies para si quiera entender que le está pasando, y qué le ha sucedido para llegar a semejante estado. Ahora bien,  resulta irrelevante descifrar con exactitud si ella siente tal cosa o la otra, dado que yo me centraría en cómo su cuerpo manifiesta tan complejo tránsito.

Complejo en tanto y cuanto que no le permite encontrar un equilibrio sino es moviéndose a través de una danza (en el sentido metafórico y literal), que durante su ejercicio ella cae en la cuenta que, nosotros los seres humanos, somos seres en permanente movimiento. Desde luego, bajo estas premisas entraría el campo de la emociones y el cómo éstas afectarían a la ejecución de sus movimientos (los voluntario y los involuntarios). De cualquier modo, a ella aún le queda margen de maniobra para escoger hacía donde apunta su horizonte, pues, el personaje que interpreta Ana F. Melero tiene el suficiente sentido del humor, inteligencia y creatividad, como entretejer con su danza una manera de autoafirmarse.

Piénsese que si de experiencias personales y de los años de formación especializada Franz Kafka y Hannah Arendt nos ofrecieron semejantes textos, no entendería por qué no hacer una equivalencia  con una creación de danza contemporánea. Sobre todo, si tenemos en claro que dicha creación no suele procurar emitir sentencias que se erigen como persuasivas tras una serie de argumentaciones y demás cosas por el estilo (algo propio de la filosofía occidental). En fin, Latente lo veo como un trabajo que puede dar cabida a una línea de investigación teórica, en la que ahondar en la sugerencia y el sentido del humor son de sus principales basas, para suscitar pensamiento y mímesis en el público.

He allí que anime a Ana F. Melero a persistir en este tipo de investigaciones, para que en un futuro la interpretación de sus movimientos alcancen tal grado de sofisticación, como para que una vez más se compruebe, que una correcta ejecución del movimiento no es más que una herramienta para poder comunicar algo que nos haga reconocernos como seres humanos, cuya condición transciende a lo que invertimos en nuestro cotidiano (tanto en el caso de los espectadores, como en el del creador/intérprete).

Foto: Elías Aguirre

Foto: Elías Aguirre

 

Cualquier mañana de Laura Aris y Álvaro Esteban

Cualquier mañana es un trabajo que fue elaborado gracias a una exhaustiva investigación corporal que confluyó entre estos dos profesionales. Con ello no quiero decir, que fue algo que se ha limitado al tiempo de montaje del mismo; sino más bien, que sólo dos bailarines maduros y versados serían capaces de dotar de tanta riqueza a cada uno de sus movimientos en escena (desde su brutal presencia escénica, pasando por lo meticulosas que fueron sus transiciones de un paso a otro). Siendo que sus bien calculadas pausas, la coordinación de sus respiraciones o las miradas que se intercambiaron a lo largo de esta pieza…, eran sólo unos indicios de que bailar con alguien un dúo en el que los dos cuerpos estén tan implicados, se ha de aspirar superar lo que antes he nombrado.

Si es que Cualquier mañana posee tanta potencia, que consiguió que, nosotros los espectadores, regulásemos nuestra respiración mientras “ajustábamos el foco” (si se me permite la expresión) de nuestras miradas. A donde quiero llegar, es que esta pieza ayuda a que cada espectador que “entre en el juego”, a recordar lo mucho que se disfruta viendo un trabajo de artes escénicas, sin reproducir los patrones que tanto caracterizan a nuestras frenéticas vidas.

Claro que de su dramaturgia uno puede intentar identificar imágenes, que nos remitirían a las relaciones entre dos personas que comparten un fuerte vínculo (con todo lo que ello supone). Pero en este caso, considero más importante incidir en lo anterior, porque no vaya a ser que las personas que estamos fuertemente involucrados con esta disciplina (estudiantes, programadores, bailarines, creadores o personas que escribimos sobre danza), nos descuidemos a la hora de ver un espectáculo, y terminemos tomándolo como uno de tantos.

Soy consciente que de no todos los espectáculos que uno ve es posible salir conmovido, más aún si tenemos acceso a tantos trabajos en los días que corren. Por ello si conseguimos estar atentos y dejarnos hacer, pues, quizás en el acto de presenciar piezas artes escénicas aprendamos a ver y entender la enorme belleza que hay en un par de cuerpos que se mueven. He allí que agradezca a Laura Aris y a Álvaro Esteban por hacerme reencontrarme con estas cosas, a través de este trabajo tan magistral y exquisito.

Foto: Elías Aguirre

Foto: Elías Aguirre

 

Elogio de la fisura de Lorena Nogal

No hay duda que un tema en las artes escénicas contemporáneas se puede abordar de incontables maneras, pero si uno está “armado” de un repertorio de movimiento e interpretación que dispone esta profesional catalana, pues, no queda más que disfrutar de un trabajo impecable. En esta línea, Elogio de la fisura te deja en claro como espectador, de que si uno como creador e intérprete no da con la tecla para abordar una pieza sin que parezca una especie de exhibición de dichos repertorios, entonces  la misma se hace sustituible, pero ha llevado a cabo algo con corrección y “obediencia” a ciertas convenciones (por más justificadas que puedan llegar a estar).

Lorena Nogal y quien conoce que ella forma parte de la compañía La Veronal, saben que ella conseguirá seducir a la mayoría de sus espectadores, casi que con cualquier cosa que ha ido recogiendo a lo largo de su trayectoria profesional. Sin embargo, ella ha tratado con respeto a sus espectadores, en tanto y cuanto ha dado todo lo que tiene para ofrecer una creación que si uno no tiene algo que contar y compartir, esto se hubiese quedado en uno de esos vídeos cortos de Instagram en los que sus protagonistas exponen su virtuosismo técnico con cierto carisma, pero sin detenerse en el aspecto escénico y filosófico de la danza.

Por ello considero que este tipo de trabajos contribuyen a educar a los espectadores y a creadores que están haciendo sus primeros montajes, en lo que se refiere a la importancia de saber canalizar, adecuadamente, el poder que se tiene entre manos. Empezando porque ya alguien que se sitúa sobre un escenario, ya se le otorga la autoridad de “tomar el turno de palabra”, y que el mismo sea ejercido con cierta predisposición por parte de sus interlocutores… De cualquier modo, Lorena Nogal nos sumerge en su mundo interior, en la intimidad que vive uno a la hora de afirmarse como sujeto después de haber reconocido que la vulnerabilidad que a veces nos visita, forma parte de nuestra condición humana.

En este caso, Lorena Nogal se centró en las grietas que tenemos todos repartidas en nuestro cuerpo y en nuestra persona. Algunas consiguieron cerrarse con el tiempo, otras siguen en “carne viva” por ser recientes, o qué decir de las que a pesar de todo, las hay que todavía siguen abiertas. En esta medida, bailó las consecuencias de esas grietas en ella, sin haber caído en una especie de “monólogo” sobre éstas, sino más bien que las hizo universales. Para que todos nosotros los espectadores, conectásemos con ella, o al menos ejercitemos nuestra empatía.

Fue tan espectacular el cómo hizo lo que hizo, que en este caso prefería disfrutar de lo que emanaba de su movimiento e interpretación. Porque de algún modo u otro, intuí que una parte importante de este trabajo se basaba en mostrar, más no explicar con palabras el contenido que le dio lugar a la misma.

Foto: Elías Aguirre

Foto: Elías Aguirre

 

La medida que nos ha de dividir de QABALUM

Por tercera vez me he encontrado con esta compañía, y todas ellas por casualidad,  más el hecho de que esta joven compañía ha conseguido irrumpir con fuerza  en las programaciones de las ediciones de este año de festivales como Cuerpo Romo, algunos de los que pertenecen a la Red Acieloabierto, entre otros. Y sin lugar a dudas, La medida que nos ha de dividir tiene una calidad tan grande como las capacidades de interpretación y composición de de los que integran Qabalum.

No me cansaré de repetir la idea de que profesionales como Diego Pazó y Lucía Burguete, son los que hemos de albergar nuestras esperanzas para que se materialice un cambio generacional en la danza contemporánea de este país. No falta talento ni profesionales con líneas de trabajo que esperan de terminar de desarrollarse, para que nos terminemos de convencer de que invertir en danza contemporánea y su correcta conservación, es algo que nos compete a todos, en tanto y cuanto forma parte de nuestro patrimonio cultural compartido.

Por tanto, les derivaré a lo que ha sido mi análisis de La medida que nos ha dividir (que no ha cambiado en su contenido, con respecto a las dos veces que lo he cubierto). Pero antes me gustaría señalar, que en esta ocasión les he visto más curtidos, y fluidos en su interpretación: Es tan maravilloso ser testigo de cómo profesionales jóvenes como los que integran Qabalum, evolucionan con tal contundencia y en tan poco tiempo, que ello me ayuda a actualizar el sentido y el significado que tiene para mí escribir lo que escribo y con la frecuencia en que lo hago, sobre artes escénicas contemporáneas de este país. Sobre todo si piezas como esta han desencadenado en mí, tener los sentimientos y reflexiones como las que les estoy por exponer:

Todo encajaba tan bien, todo estaba tan bien medido en la representación de esta pieza que Diego Pazó y Lucía Burguete consiguieron meternos, a nosotros los espectadores, en un plano paralelo al nuestros en el  que estos dos profesionales eran sus únicos habitantes. No obstante, era sumamente sencillo sentirse reflejado en varias de sus acciones, porque al fin al cabo supieron dar con la tecla que hacía que emergiesen imágenes de carácter universal, en tanto y cuanto que reflejaban a nuestra condición humana en el proceso del encuentro con el otro. Sí aquél que nos excede y a la vez nos define como sujetos, y en consecuencia, éste nos enmarca en dinámicas en la que nuestras formas de estar en el mundo se politizan.

Las fronteras (físicas, políticas e intersubjetivas) no son más que una suerte de “traducción” de una serie de fenómenos, a los que nosotros los seres humanos, recurrimos para afrontar a los mismos de cara a terminar de poner a prueba las premisas en las que nos basamos para comportarnos tal y como nos comportamos. Dichas fronteras son un artificio que hasta ahora han tenido su funcionalidad, lo cual no quita que relacionarnos con los otros suponga confrontar contradicciones que precisan un proceso de maduración en tantos seres humanos que nos relacionamos con los otros, y con nosotros mismos.

Seamos francos,  nos la pasamos toda vida sorteando la trágica paradoja de que en los terrenos en el que nos desenvolvemos en vida son, prácticamente, los mismos. Pero con suma frecuencia nos suceden cosas que nos advierten que nunca tendremos certezas sobre quién es el otro, y por inercia, quiénes somos nosotros mismos. De tal forma, cabe preguntarse si el yo y la idea del otro, también son artificios que nos han ayudado a estar en el mundo, más ello no significan que se pueda afirmar con firmeza, si ambos parámetros contienen tal consistencia ontológica como para no relegarlos al campo de los postulados propios de la metafísica.

Si vamos más lejos, me visita la pregunta de si la distancia (entendida como aquello que separa y ayuda a distinguir a una entidad de otra, que están compartiendo en un mismo espacio más o menos delimitado) es otro postulado para explicar el cómo lo que estamos analizando se manifiesta tal y como se manifiesta, o quizás es un concepto que no nos permite  identificar de manera más amplia las articulaciones que están operando. O dicho de otro modo: ¿Y si probamos por afrontar la realidad que vivimos con el otro y nosotros mismos, partiendo de que todos somos miembros de una única Totalidad? Si esto fuese así, entonces toca encontrar cuáles los mecanismos de los que hemos de valernos  para que se consuma en cada ámbito de nuestras existencias, el que todos somos un modo de ser de la Totalidad (les aseguro que mi estimado Baruch Spinoza no tendría problemas en secundarlo, que dicho sea de paso, es de quien me he inspirado para plantearles lo último).

Si ponemos en diálogo lo anterior con La medida que nos ha de dividir, entonces el paso del tiempo que es compartido entre dos sujetos, es uno de los elementos más decisivos para que se pueda esclarecer lo que está contenido en el interior de  la relación intersubjetiva entre los sujetos en juego. Siendo que es allí donde todo estará abocado a un escenario en el que todo quedará sintetizado, para luego volver a empezar otro ciclo dialéctico en el que uno sabrá situar al otro y a uno mismo, en un lugar por seguir determinando.  Ahora bien, y si ponemos en suspensión las implicaciones de lo antes expuesto, y nos centramos en la serie de fases en las que estuvieron embarcados los personajes que interpretaron Diego Pazó y Lucía Burguete. Ello nos conduciría a ver trazos en el espacio tendiendo hacia el infinito, porque un pieza como esta no hay manera de que no finalice en puntos suspensivos.

La entrega y compromiso por este proyecto por parte de estos dos profesionales, son las cosas que favorecieron a que fuese más creíble lo que nos estaban intento transmitir (por más abstracta que haya sido la representación de esta pieza). Siendo que hasta ganaba cierta irrelevancia si una persona versada se hubiera decantado por representar a La medida que nos hace dividir por otro camino. Porque una de las cosas más hermosas de este trabajo (al menos en mi caso personal) es que aunque lo que yo estaba extrayendo era complejo me daba paz verlo expresado sin palabras, ni dando lugar a que se proclamasen sentencias que aspiran a ser inamovibles. Supongo que el carácter efímero y abstracto de la danza contemporánea, tendrá mucho que ver.

Foto: Elías Aguirre

Foto: Elías Aguirre

 

JAM con Ed is Dead y Jorge da Rocha

Bailarines/as: Carmen Fumero, Miguel Ballabriga, Ana F. Melero, Rosanna Freda y Richard Mascherin.

Al rato de presenciar una Jam de improvisación como lo fue esta, de lo primero que uno cae en la cuenta, es que no vale la pena invertir en esfuerzos en descifrar lo que sea que estaba pasando (salvo para los más adeptos, en el centrarse cómo hacen lo que están haciendo los profesionales en juego teniéndolos tan cerca). Siendo que hubo tal despliegue de movimiento por todo el espacio, que son estas las situaciones que te enseñan a ver piezas de artes escénicas contemporáneas donde el foco no está concentrado en un mismo sitio, y su narrativa carece de linealidad.

Al mismo tiempo, llega a ser hasta enternecedor ver a profesionales que ya están dentro del circuito, permitirse un momento lúdico en el que, nosotros los espectadores, podemos verles en contextos donde la danza llegó a ser su profesión (entre otras cosas) porque el compartir y jugar con lo que se ha ido integrando a lo largo de la trayectoria de cada uno, recordándonos el por qué bailar se ha convertido en algo ineludible para entenderse a uno mismo en tantos casos. Y por más que para la mayoría ejercer esta profesión en España sea a veces inhabitable y uno sueño que se sigue persiguiendo aunque se haya conseguido estar en los escalones que ocupan a día de hoy Carmen Fumero, Miguel Ballabriga, Ana F. Melero, Rosanna Freda y Richard Mascherin; el caso es que mientras tanto, el Festival Cuerpo Romo ha tenido el acierto de ofrecernos una pequeña muestra de otros ámbitos que operan en esta profesión, más allá de la representación de piezas de danza contemporánea.

 

La tercera jornada de la séptima edición del Festival Cuerpo Romo consuma una fecunda colaboración entre la organización de este festival itinerante, y los Teatros del Canal

  

Comparte este contenido