Por Diego E. Barros
Va a ser fantástico cuando el inmigrante ilegal que pone los ladrillos en las obras que aun sobreviven y el que sirve los desayunos que tan poco gustan al ministro Cañete (existen, y más que los que se piensan) se haga daño y tenga que lamerse las heridas en su casa. Invocando el mandamiento de la austeridad que en España oculta la acción de una rebarbadora sobre la cosa pública, el Ejecutivo del PP ha decidido dejar a los extranjeros sin papeles sin cobertura sanitaria más allá de la opción de acudir a urgencias cuando la necesidad apremie. Con la medida, la enésima en eso de matar moscas a cañonazos, el Gobierno dice que se ahorrará «unos 500 millones de euros», que es como decir unos duros porque contabilizar lo que no está contabilizado, una persona que no existe para el sistema, es más bien difícil. Más o menos como saber cuántos españolitos de a pie se han marchado del país y residen fuera sin estar debidamente inscritos en las embajadas correspondientes. Invoca la ministra del ramo ―la misma a la que un día se le apareció un Jaguar en el garaje de casa y no se paró a preguntar cómo habría ido a parar allí―, el turismo sanitario. Tiene mérito jugarse el cuello atravesando África y tratar de no morir ahogado en el Estrecho para venir a España a ponerse unas tetas aunque cada una salga por ojo de la cara y haya luego que conformarse con una simple mamografía. Es de esperar la próxima implantación en la sala de urgencias de un policía pidiendo el DNI aunque solo sea para descongestionar unos servicios que ya juegan al límite de sus posibilidades. Al grito de españoles primero se apuntan muchos de los borregos que se horrorizaron ante los resultados de ultraderecha de Marine Le Pen en la vecina y civilizada Francia. Por eso del cosmopolitismo del que tanto gusta en Barna, Puig, responsable de Interior de la Generalitat, lleva meses instalado en las soluciones imaginativas y le pasa como a mí, a veces, siente que nació en la época y el sitio equivocado: él sería un tipo feliz en la RDA de la Stasi. Su colega en Empleo apuesta directamente por la puerta de salida de esos jóvenes que, sin haber cotizado, con el nuevo decreto sanitario, también se quedarán sin tarjeta: «Que se vayan a Londres a servir cafés para ganar fluidez con el inglés». Aquí, donde los cafés los ponen inmigrantes desde hace tiempo, ya ni eso. Y no es cuestión de estar ocupando listas, que luego queda feo en los telediarios. Los españoles siempre hemos sido muy de mirar al de al lado mientras vemos como la parte inteligente del FN ―que existe―, le va haciendo el culo Pepsicola a varios de nuestros políticos. Entre dejar sin médico a unos cuantos o cobrar la deuda de los clubes de fútbol ―esta sí perfectamente cuantificada euro a euro―, dónde va a parar. Mejor no molestar a las masas, no sea que salgan a las calles a protestar por lo importante.
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