Cía. La Casquería y Adrián Manzano & Diana Wondy, nos representaron sus respectivas piezas de danza contemporánea, en la segunda sesión de esta edición de otoño del ciclo Ahora Danza! que se está desarrollando en el CICUS (Sevilla). Ciclo que como en tantas otras ocasiones, nos sigue brindando una gran variedad de intérpretes y registros artísticos.
Cía. La Casquería (Sevilla) con Smog
Creadoras e intérpretes: Anna París y Raquel López Lobato. Música: Abbi Fernández con Moisés Bb al teclado y Alvarito García a la batería.
El 14 de octubre se estrenó Smog, una de varias creaciones que se han ido desarrollando en estos largos meses de pandemia que llevamos sobrellevando, desde la primavera del año pasado. Y esto no lo digo como si fuese algo que deba pasar desapercibido entre una multitud de trabajos; sino más bien, como una de las numerosas consecuencias de que lo que hemos estado viviendo tiene unas repercusiones artísticas. Con el aliciente, de que esta pandemia ha tenido unas dimensiones mundiales, que están y estarán causándonos resonancias a corto, medio y largo plazo, atravesando las vidas de personas de la mayoría de las actuales generaciones de seres humanos.
Ahora bien, uno de los aciertos de Smog es que a pesar de que está compuesta de una estructura sencilla y efectiva, las interpretaciones de estas dos profesionales han sido capaces de llevarnos a lugares que cualquier otro coreógrafo y director, hubiese hecho rodeos para que quede claro el alcance del contenido albergado en la pieza en cuestión. Lo digo porque muchas veces uno se preocupa tanto en que llegue un mensaje (por más bien elaborado que esté), que se deja de lado que los que integramos el público, somos lo suficientemente inteligentes como para saber leer que detrás de un montaje, hay una serie de imágenes que son susceptibles de equipararse con todo tipo de experiencias personales o cosas que se hayan estudiado.
En esa línea agradezco el respeto que han tenido las profesionales de Cía. La Casquería, siendo que han leído un contexto que nos ha curtido, como para ahorrarse discursos sesudos que son más propios de distintos formatos a la danza, u otros creadores. He allí que el que se hayan valido de una entrada introductoria para que conozcamos a los dos personajes y su relación, luego un par de solos donde se nos ahonda más en la psique de ambos, para ello enlazarlo con el después de que se nos mostrase, el cómo ambos personajes afrontan en conjunto tan calamitosa situación. De esta manera Smog se cuela dentro de nosotros, y al paso de unas horas, es cuando uno se da cuenta que todos esos movimientos que podrían estar en cualquier coreografía, esas hermosas imágenes que encandilan que pudieron haber sido usadas hasta el abuso, para no tener que componer más movimientos, etc…, no eran más que unos recursos para expresar el alcance que tendrá en nosotros esta pieza, dependiendo de el qué tanto tiempo le decidamos dedicar dentro de nuestro foro interno.
Se nos presentaron dos personajes que abordaron esta inhabitable situación de una forma totalmente distinta, personajes que a pesar de lo que se proyectase hacia afuera, ambos eran profundamente vulnerables. Si bien es cierto que el que interpretó Anna París le valió de apoyo al de Raquel López Lobato, el caso es que el vínculo entre ambas ya llevaba mucho tiempo gestándose, hasta el punto que la una se necesitaba a la otra para confirmar que estaba bien sentirse vulnerable, que entre ellas había un espacio seguro, a pesar de la irrupción de la «niebla oscura» u otras metáfora, en la que fuese que nos hayamos acogido cada una de las personas que asistimos como público.
El personaje de Raquel López Lobato no era frágil, el personaje de Anna París no era imbatible, eran dos personas que nos representan a nosotros los seres humanos, en cualquier día de nuestra vida en una situación de dificultad. En este caso, se nos emplazaba en la sinopsis de que se ha configurado un terreno en el que estar cerca del uno del otro podría agravar la solución que se tiene para salir de donde sea que se esté, cuanto antes. De esta manera se sacrifican nuestras relaciones íntimas, nuestra forma de relacionarnos con los otros por una vaga receta que lo único que se ha comprobado, es que no se recrudecerá el delicado balance que se ha conseguido, pero no erradicará de una vez por todas, esto que ha colonizado todos los ámbitos de las vidas de todos.
Llega un punto en que bailan la una con la otra, en donde asumen las consecuencias que fuere por el mero hecho de habitar un presente que se ve permanentemente constreñido, por la apuesta de no complicar un futuro que más nunca, se nos perfila incierto. Con esto no quiero hacer entender que hemos de infligir gratuitamente las normas sanitarias, normas que aún hemos de respetar hasta que esta pandemia pase a una fase que las autoridades sanitarias califiquen como controlada a medio y largo plazo; sino más bien lo que quiero transmitirles, es que no hemos de sacrificar todos nuestros pensamientos y emociones, porque a nosotros como ciudadanos se nos exige un comportamiento que favorezca al colectivo.
Y para esto y mucho más, está el arte como vehículo de reflexión y transformación individual y colectivo, el cual nos emplaza a un contexto donde no se tiene porqué complicar más las cosas, que nos han hecho abordar un tema por encima de otros tantos. Es más, el que uno u otro se implique más en una cosa, es una manifestación de que quizás ese sea un escenario necesario de superar, para poder continuar el camino al cual un tiende en su día a día.
Adrián Manzano & Diana Wondy (Cádiz / Madrid) Lo que yo canto:
He tenido la enorme fortuna de volver a ver esta pieza con tan pocos meses de diferencia (la vez anterior fue en el Festival Huellas que se lleva a cabo en Aracena –provincia de Huelva-, que por cierto, su correspondiente crítica fue publicada el pasado 12 julio con el resto de la programación de dicho festival, en este medio), ello me ha proporcionado la ventaja de contrastar y reposar los contenidos de ambas versiones. Sí versiones, dado que para al menos esta ocasión en el patio del CICUS, estos jóvenes profesionales le han dado unas cuantas vueltas de tuerca a Lo que yo canto, como uno de los síntomas de que no se han conformado con recibir excelentes críticas de lo que han ido representado a lo largo de este año, en las programaciones de los festivales integrados en la Red Acieloabierto.
Por tanto, me limitaré a aproximarles a unas cuantas cosas de las que mencioné en dicha crítica, siendo que por una parte reiteraría el desarrollo de las cosas a las cuales centré mi atención en el pasado mes de julio. Asimismo mi objetivo principal de este texto, es comentarles qué he visto de distinto en esta “nueva versión”. Ahora bien, Lo que yo canto es un trabajo que pone el foco en las lucha de poder entre dos subjetividades confrontadas, y por más que se hayan valido de la versión de Gallo rojo, gallo negro de la cantante catalana Silvia Pérez Cruz (la cual fue compuesta en el contexto de haberse llevado a cabo el establecimiento de la dictadura fascista de Franco, en 1963 por el cantautor Chicho Sánchez Ferlosio), creo que lo más fecundo a la hora de hacer una lectura de esta pieza, es simplemente quedarse con que lo anterior es una mera alusión a algo que la mayoría de las personas nacidas o residentes en España, entenderían de inmediato; lo que es lo mismo a decir, que esta pieza no trate de dicha contienda que ha marcado la historia de España en las últimas décadas.
He allí que me decante por afirmar que Lo que yo canto es un trabajo que nos representa de una forma ejemplar, la lucha dialéctica entre dos contrincantes que precisan eliminar al otro (al menos ontológicamente) para poderse afianzar en tanto sujetos con un proyecto que les mantenga en el camino de poder consumar el devenir que ellos mismos se han propuesto. Lo que conlleva al uso forcejeos, portés, miradas desafiantes, y demás cosas por el estilo, que no han sido más que recursos para escenificar y bailar lo que han representado. Sí bailar, porque ellos han tenido la inteligencia, la madurez y el acierto de dejar entre paréntesis cualquier cosa que nos remitiese, a que nosotros los espectadores, íbamos a presenciar actos violentos en escena.
Lo anterior lo digo, porque esta pieza fue ejecuta con elegancia y precisión, sin que ello entrara en conflicto con que alguno de sus intérpretes, sacara a relucir una emoción o un “movimiento de más” que enriqueciese la interpretación que nos estaban ofreciendo a nosotros los espectadores, en cada uno de los “ahoras” que constituyeron Lo que yo canto. O dicho de otra manera: la interpretación que materializaron Diana Wondy y Adrián Manzano en aquella noche del CICUS, es lo que le da sentido a hablar de interpretación en artes escénicas, siendo que han transcendido lo marcado en su coreografía. De esto se trata hacer artes escénicas, porque ¿de qué sirve cerrar algo si uno a continuación no se encarga entregar todo su empresa en comunicar el contenido que le da sentido y significado a la pieza? ¿De qué sirve fijar cada uno de los movimientos que componen una pieza si ello no es visto como un terreno de donde partir para transcender, y hacer de la danza el artes que es, no una manera “vistosa” de hacer ejercicio y recibir aplausos por haber demostrado cierto virtuosismo?
Volveré a repetir lo que dije en aquella crítica publicada el pasado mes de julio, lo que yo canto es una de esas piezas compuestas por jóvenes bailarines, que te dan esperanza de que hay gente con recursos y ganas para que en los próximos años se materialice un relevo generacional en la danza contemporánea en España, y encima lo hicieron luciéndose.