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Cuando ya es muy significativa la polvareda literaria que ha levantado la publicación de la novela Cegador por parte de la editorial Impedimenta, en Achtung! hemos elegido Solenoide como libro del 2018. Es nuestro Rey de Reyes literario, que ocupa el puesto de Libro del Año, ese mismo que en 2017 otorgamos a Philippe Sands y su obra Calle Este/Oeste (Anagrama). Aunque hace tiempo que terminé la lectura de Solenoide, todavía me siento aturdido por el descubrimiento de un libro total, complejo, exigente y delicioso. Su autor, obviamente me refiero al escritor rumano Mircea Cӑrtӑrescu, en los últimos tiempos se ha visto aupado al éxito gracias a esta obra impactante. En Achtung! somos así, independientes, y hacemos lo que nos da la gana, está en nuestro ADN: cuando ya todo el mundo habla de su siguiente trabajo, Cegador, nosotros vamos a centrarnos en Solenoide porque, y aunque ni siquiera fue un libro originalmente publicado por Impedimenta en 2018, en España ha experimentado su boom durante este año que ahora se muere, además del éxito de lectores y de crítica, y nos ha traído la más que evidente consagración del autor. Vamos a intentar abarcar una parte del enorme caudal narrativo de esta novela que, sin ninguna duda, es uno de los libros más importantes que se hayan escrito a largo de estos 18 añitos que ya van cumplidos de siglo XXI.

Vaya por delante esto: Solenoide es una novela total. ¿Y qué es una novela total? Un texto que lo abarca todo, que se alimenta, voraz e insaciable, de nuestros más oscuros imaginarios, que destila un lirismo inteligente hasta a la hora de describir las mayores aberraciones y miserias, que abarca las inquietudes, los miedos y las esperanzas de las que se nutren las novelas que conforman la historia de la literatura y que alberga en su interior una verdad literaria dorada y reluciente como ese interior del maletín que aparecía en la película Pulp Fiction.

Todos los libros el libro

A la pregunta de qué es lo que podemos encontrarnos en las casi 800 páginas de Solenoide debo responder que todo. Absolutamente todo. Cӑrtӑrescu se toma su tiempo narrativo para desplegar un manto de literatura sobre los lectores, un capote que termina por cubrirnos por completo. Un baño pegajoso de un mundo onírico, pesadillesco, sentimental, una crónica de Bucarest interpretada en un realismo mágico de Muntenia.

Este imaginario valaco permite al escritor desplegar todo un repertorio de elementos y recursos narrativos que nos va enseñando como si los albergase en las pequeñas vitrinas de su propio gabinete entomológico; en frasquitos, en matraces que destilan fórmulas magistrales de capítulos en los que conviven en simbiosis gotas de serendipia, sueños, recuerdos, pánicos de infancia, decepciones adolescentes, crisis y anhelos de escritor, Doppelgängers inquietantes y elementos de ciencia ficción enfebrecida.

Cada muestra de este gabinete del doctor Cӑrtӑrescu es un libro en sí mismo: por eso todos los libros se contienen en este libro-carrusel. Atenderé a unos pocos que me parecen especialmente importantes a la hora de tratar de comprender este código Voynich literario: el libro de la Bucarest triste, el libro de los Gemelos Malignos, el libro de la Arquitectura del Dolor, el libro de los Insectos, el libro de los Sueños y el libro de la Cuántica. Solo son algunos de ellos, porque la lectura de Solenoide puede ser tan vertical y profunda como desee cada uno, primer signo de aquellas narraciones que han terminado siendo grandes obras literarias.

El libro de la Bucarest triste

Que Bucarest es una ciudad afligida en la literatura, depresiva y oscurecida, es una visión corriente en autores como Gregor Von Rezzori o Norman Manea. Es una ciudad de bajezas, decadente en su belleza herida, oprimida y opresiva, hambrienta y ratesca, polvorienta y herrumbrosa y, por todo ello, como si los vapores de la urbe emanaran de un gran caldero que cociera una poción hipnótica, es un lugar prodigioso y soñado. Y no puede ser de otro modo para Cӑrtӑrescu.

Cӑrtӑrescu ofrece una peculiar visión literaria de Bucarest en Solenoide.

La visión de Bucarest a los ojos de Cӑrtӑrescu es una visión que realmente proviene de los ojos de su corazón: es más que memoria de su infancia y recuerdo de una época, alcanza más allá del tiempo y de la historia y lo inunda todo con una oleada de amargura. Me resultaría muy sencillo afirmar que la verdadera protagonista de Solenoide es la ciudad de Bucarest, pero sería reducir la crítica a una verdad simplista.

Bucarest, en este libro, es una presencia, un ente tóxico que permanece inficionándolo todo, un páramo de arenas movedizas y herrumbre en las que el protagonista chapotea tratando de mantenerse a flote, y de cuyo abrazo mefítico puede soltarse gracias, quizás, al efecto liberador de los solenoides.

Bucarest es un estado de ánimo en la narrativa de Cӑrtӑrescu. Bucarest es la visión de un cuerpo destruido, arruinado, del cadáver de un gigante venido de otros mundos, de otros tiempos.

Bucarest también es el propio cuerpo del protagonista, de ese narrador que reconoce su decadencia física en los edificios ruinosos, lo abyecto de sus actos fisiológicos en las emanaciones de una ciudad que se embalsama con ladrillos desdentados, piedras mordisqueadas y edificios quebrados.

Bucarest es la ciudad más triste que se haya erigido jamás sobre la faz de la tierra”.

Es una afirmación contundente. Pero es que se trata de la Bucarest escrita, soñada, imaginada, moldeada en la cabeza del protagonista a golpes y derrotas.

El libro de los Gemelos Malignos

El protagonista de Solenoide es uno, pero también es otro, o al menos los restos de otro que se albergan en su cuerpo como los pedazos de un naufragio anatómico que aparecen en las orillas de su piel. Los restos de una cuerda en el interior de su ombligo, los trozos de recuerdos de un hermano del que no se sabe muy bien qué fue, el reflejo mental de una persona que se mueve, vive y actúa a las espaldas.

La vida de este personaje se expone en demenciales expositores y vitrinas, se refleja entre las maquinarias agonizantes de comunismo en una fábrica abandonada o en el fondo de las páginas de un diario que es tanto memoria de pesadillas como de insomnios.

La presencia absoluta de ese otro yo, en principio el hermano, es la permanente presencia de lo que pudieron ser los rumanos liberados del Régimen del tirano, el reflejo de aquella vida que habrían podido llevar, esa otra vida al margen de felicidades obligatorias y forzadas conmemoraciones revolucionarias.

Por eso, en Solenoide hay una corriente oculta, una vida oculta, una poética de lugares que están por ser descubiertos aunque lleven allí toda la vida; porque son descubiertos con una forma nueva, diferente o distinta, de mirar: entonces, y solo entonces, aparecen cementerios ocultos, puertas a otras dimensiones temporales, pasadizos espaciales a torreones condenados, habitaciones que nunca existieron y que siempre estuvieron ahí.

La otra vida, la vida que no es la vida del protagonista, es una especie de catálogo de sucesos automatizados. Las rutinas cuánticas de acudir al colegio a dar las clases, los comportamientos simétricos del claustro de profesores, el aburrimiento de aquellos que han confeccionado una existencia con intenciones bastardas.

Pero la verdadera bilocación del protagonista de la novela se produce en ese momento del pasado remoto en el cual decide leer su poema La caída ante un grupo selecto de intelectuales en la Facultad de Letras. Aquello debía ser el aldabonazo a su carrera como escritor, pero los doctos señores destruyen su poema de treinta páginas, lo reducen a cenizas, una política de tierra quemada literaria que convierte al autor en un paria sin patria y, automáticamente, lo desdobla en dos: el fracasado y el escritor que pudo ser y jamás fue. Y lo deja muy claro con la siguiente afirmación:

“De Hölderlin pasé a ser Scardanelli, encerrado durante treinta años en su torreón levantado sobre las estaciones del año”.

Crueldad de Cӑrtӑrescu con el fracaso literario: cuando el monumental poeta romántico alemán Hölderlin enloqueció fue recluido en una torre por 30 años, haciéndose llamar Scardanelli, renegando de su nombre original de poeta. Esta es una de las claves en las que podemos leer Solenoide, como las dos vidas del protagonista: una en la que triunfa como poeta, otra en la que como prisionero de Bucarest escribe sus sueños y diarios delirantes al estilo de un Scardanelli que mojase sus pies en el Dâmboviţa.

Este es el peor gemelo, el verdadero gemelo maligno que angustia al personaje protagonista. Cuando es Scardanelli todo él “apestaba a tinta como otros apestaban a tabaco”, era, como dijo una vez Kafka: “un ser hecho de literatura”.

Un ser que embarrancó, que fracasó en sus versos y dio lugar al personaje surrealista que nos narra con extrañeza las heridas cotidianas de Bucarest y las cicatrices que le van dejando en la piel.

El libro de la Arquitectura del Dolor

Este es un libro que se cimenta en la metaliteratura. En la metaliteratura como herida. En la escritura como destrucción:

Amo la literatura, la sigo amando, es un vicio del que no puedo escapar y que algún día me destruirá”.

De esta forma aparece el capítulo 6 del libro, un capitulo definitivo en cuanto a la reflexión metaliteraria, un capítulo que parece especialmente escrito para cada uno de nosotros. Y cuando un libro parece creado en exclusiva para quien lo lee, entonces, acaba de traspasar una dimensión y se convierte en trascendente, en obra maestra. El capítulo 6 reflexiona sobre las posibles respuestas a la pregunta de por qué uno se convierte en escritor, o que motivos le llevarán a no serlo, y son contestadas de una forma desgarradora:

La literatura es una máquina de crear, en primer lugar, beatitud, y luego decepción (…) Como escritor te irrealizas con cada libro que escribes. Siempre quieres escribir sobre tu vida y siempre solo escribes sobre literatura (…) Multiplicas mundos cuando tu propio mundo debería bastar para llenas millones de vidas (…) La escritura devora tu vida y tu cerebro como la heroína (…) La literatura es, demasiadas veces, un eclipse de la mente y del cuerpo del que escribe”.

Y en el capítulo 9 se nos advierte de que no estamos ante un libro, sino ante una especie de informe de anormalidades y anomalías, todos ellos:

fantasmagóricos y transparentes, pues así son los mundos en los que vivimos simultáneamente”.

La vida es un puzle al que necesariamente debemos dotar de otro sentido. Las estatuas demenciales y gigantescas se aferran a los mecanismos de la existencia y abandonan las salas capitulares. Esas estatuas han activado sus dispositivos vivenciales alimentados por el dolor de los demás, que es nuestro dolor.

El extraordinario dibujo de la rusa Anastasia Savinova que para la portada de Solenoide ha elegido la editorial Impedimenta.

El libro de los Insectos

Solenoide es un compendio de entomología. Ya desde su primera frase, “he cogido piojos otra vez”, nos queda bien patente que cualquier tipo de parásito, artrópodo, miriápodo o lepidóptero, aparecerá en la novela como pinchado a sus páginas como con un alfilercito.

Hay una obsesión con las polillas, como en Austerlitz de Sebald, por ejemplo, y es que este insecto ejemplifica la fugacidad de los anhelos, lo volátil de la vida, el absurdo de encontrar la verdad en la luz.

El insecto, las larvas, los caparazones, no son más que ejemplos de un mundo micro cuántico que nosotros reproducimos en nuestra irrealidad macro cuántica. También somos insectos, gigantescos, erráticos. Derrotados.

Luego, está la mantis. La mantis destructora y devoradora, que se precipita desde el abismo de los peores sueños para dar forma a las pesadillas. La mantis es el régimen de Ceauşescu, es el hombre vencido si entender los motivos de su derrota. La mantis es el escritor, también el no-escritor. La mantis es el hombre. La mantis somos todos nosotros.

El libro de los Sueños

Solenoide es un texto mental, un destilado cerebral de los mundos oníricos de su personaje principal. Nada es lo que parece, todo navega por las turbias aguas de un surrealismo deforme y aterrador. Es una parada de ideas e imágenes simbólicas que son como un desfile de freaks cuya poética podría resumirse en los espeluznantes capítulos 6 y 9.

Estamos ante un trampantojo de novela, un trampantojo de algo que ni siquiera sabemos lo que está imitando. Si la literatura es engaño, es falsedades y mentiras, Solenoide es la verdad absoluta. Es una de las pocas novelas en las que no necesitamos, ni maldita falta que nos hace, establecer pacto ficcional alguno. ¿Para qué?

No tenemos problemas en creer en los extraños visitantes, viajeros que llegan a los pies de la cama al caer el sueño; creeremos sin problemas en ciudades que levitan gracias a sus solenoides magnéticos y que arrancan barrios de cuajo; estamos tan seguros de todo ello que Solenoide ya ni tan siquiera es un artefacto herido de ficción. Simplemente es un mecanismo que toma el control de los lectores, se aferra a nuestro pecho, expande sus raíces y nos permite leer sin plantearnos nada. Solo por el placer de disfrutar del sueño de la realidad y de la realidad tridimensional de una literatura inolvidable.

El libro de la Cuántica

Evidentemente, el primer derrotero cuántico de Solenoide aparece en la escisión en dos personajes del protagonista, aquél que obtiene éxito con su poesía y el que no. Esto da lugar a una explosión, a un Big Bang de universos, de multiversos, en donde se multiplican las líneas de acciones distintas pero, a la vez, paralelas: “mil millones de yos posibles, probables, casuales y necesarios”, tal y como lo define Cӑrtӑrescu.

Solenoide es una novela que es muchas novelas y que palpita en un ejemplar que sostenemos en las manos y que es, a la par, muchos ejemplares. Solenoide es una abertura, un portal, el acceso al cerebro de su autor, también el acceso a los cerebros de sus lectores. Solenoide es la mirada de Cӑrtӑrescu sobre lo que nos rodea, sobre lo cotidiano, pero es, por encima de todo, nuestra mirada alucinada sobre la realidad que nos hemos construido.

Y al terminar la novela descubrimos la crueldad del escritor rumano en toda su dimensión. Ha creado una obra maestra que se mueve más allá del tiempo y del espacio para decirnos, simplemente, que nada de aquello a lo que nos aferramos nos permite creer en la seguridad. Que estamos flotando bajo los efectos de un solenoide, indefensos, varados siempre en el mismo lugar pavoroso.

Jugando con la tradición literaria, Cӑrtӑrescu juguetea con la repetición de la mítica imagen de Thomas Bernhard en el espejo:

Solenoide es el museo de los horrores de Cӑrtӑrescu y, por eso, es nuestro museo de los horrores. Un crítico, no recuerdo su nombre ahora mismo, ha dicho que con esta novela se inaugura el Siglo XXI literario. Yo creo que lo empezó Sebald con Austerlitz, y después lo encaminó Kadaré con novelas como El accidente, Réquiem por Linda B. o La cena equivocada.

Ahora, Cӑrtӑrescu se ha incrustado en esta tradición de la nueva novela de este siglo, y es un poco Sebald, un poco Kadaré, bastante Pynchon y Foster Wallace… En eso consiste la genialidad, en reconocer la tradición y entender a sus maestros para, de repente, formar parte de ellos y explicarnos en un libro deslumbrante como:

las legiones de demonios habían parasitado (…) nuestra vida interior”.

¿Por qué todo esto nos resulta tan agrio, desabrido, inquietante, desagradable? Porque estamos, con Solenoide, abrazados a la literatura de verdad. Esa que abre nuestras heridas y después formula preguntas en nuestra alma que quizás no seremos capaces de responder. No podemos pedirle algo semejante a muchos otros libros, quizás a muy pocos. Es posible que únicamente a Solenoide.

Puedes leer aquí la crítica al libro Calle Este/Oeste, que elegimos como Libro del Año 2017 en Achtung!:

https://achtungmag.com/calle-este-oeste-philippe-sands-libro-del-ano-2017-achtung/

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