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Tras las actuaciones de Creadoras en el Epicentro del 12 de octubre, se llevó a cabo un coloquio con Leticia Gude, Lucía Vázquez, María Moguer, Manuela Nogales y Carla Carmona, entorno a la situación de las mujeres profesionales de la danza en España.

 

En donde no sólo, nosotros los espectadores, tuvimos la oportunidad de hacerle preguntas a quienes habían bailado al respecto de sus piezas; sino que además, ello dio lugar a que Manuela Nogales nos fuera ilustrando con cifras y datos sacados de organismos nacionales e internacionales sobre la precaria situación del sector. Y ya dentro del mismo, las mujeres son las que aparecen peor paradas. Cosa especialmente llamativa, siendo que las mismas son la inmensa mayoría. He allí la importancia de visibilizar con este tipo de eventos que las mujeres profesionales merecen un trato igualitario en relación a sus compañeros, mientras se genera un espacio propicio para aproximarnos a cuáles pudieron ser varios de los factores que nos han conducido a tal situación.

Asimismo, la profesora de filosofía de la Universidad de Sevilla, Carla Carmona, nos planteó una serie de parámetros para comprender cómo es posible que dicha realidad se esté manifestando como se manifiesta. Lo cual pasó desde señalar el desprestigio que ha sufrido la propia danza a lo largo de la historia de occidente, hasta el menosprecio a los testimonios y obras de sus protagonistas. Sin lugar a dudas, este tipo de iniciativas nos ayudan a caer en consciencia de que la conservación y el desarrollo de la danza es una cuestión colectiva. Y cuando uno o varios de los agentes implicados no dan lo mejor de sí, los otros ponen su salud en juego, movidos por su pasión y vocación de servicio para con su profesión.

En este caso, más que reproducirles los datos y varias de las cosas que dijeron todas estas profesionales, sumado a las impresiones que compartieron los integrantes del público, he preferido dejar constancia de que esto ha sucedido (dado que, entre otras cosas, estos datos están a disposición de cualquier que se afane en dar con ellos) y de que hay gente que, aunque parezca en primera instancia que están “predicando en el desierto”, en el fondo, serán aquellas personas que seguirán liderando y formando a las siguientes generaciones. Sin más que añadir, les doy paso a mis comentarios y reflexiones sobre Clinamen, Bajo el árbol y Mare Nostrum:

 

Foto: Juan Antonio Gámez

 

Clinamen – Leticia Gude (estreno).

 

Antes que nada, considero que Leticia Gude nos presentó una “semilla” de un trabajo que está llamado a ser una exposición de cómo ella ha ido gestionado su mundo interior. Por tanto, había numerosas temas e imágenes que no eran “compartibles”. En la medida, de que era muy difícil descifrar a qué exactamente estaba haciendo alusión esta profesional andaluza.

Al mismo tiempo, cabe recordar de que las artes escénicas contemporáneas nos proporcionan un marco muy amplio, en el que a través de la abstracción del resultado final de las creaciones en juego, emergen contextos en el que las lógicas que rigen a nuestro cotidiano se reconfiguran. Es más, llegan a un punto en que casi es irrelevante ponerle un nombre a lo que está sucediendo en escena, en favor de darle el “turno de palabra” al creador de la pieza, sin que haya ningún tipo de impedimento para que éste se exprese cómo lo considere conveniente.

Dicho esto, ¿todo vale? Pues, siempre y cuando tenga consistencia su lógica interna, y la misma es defendida con convicción y entrega. Entonces, allí es donde habrá cierto margen a que hablemos de una obra que tiene sentido que sea representada en un escenario. En el caso de Clinamen, me decantaría por afirmar que es una pieza que todavía está en proceso de montaje y desarrollo. Y justo el que se haya representado dentro de la programación de Creadoras en el Epicentro, le habrá permitido a Leticia Gude calibrar por dónde va su recorrido.

Seamos claros, casi nadie es capaz de sintetizar semejante cosa en tan poco tiempo, en un estreno y en unos pocos minutos. Siendo que estamos hablando de un proyecto de vida, algo que puede que lleve mucho tiempo gestando de muchas formas en el interior de esta profesional, o es posible que Creadoras en el Epicentro haya sido lo que le dio pie a que se atreva de una vez por todas a abordarlo en escena. Por tanto, defiendo que uno no ha de precipitarse a la hora de calificar el punto en el que está a día de hoy Clinamen. Mientras, por supuesto, se le presta apoyo y respeto a alguien que tiene la valentía de exponerse en todas las dimensiones.

Por lo pronto, procuraré estar atento a los avances de esta profesional que, de seguro, aún nos tiene mucho que contar.

 

 

Foto: Juan Antonio Gámez

 

Bajo el Árbol – Lucía Vázquez (estreno)

 

Ya los frutos recogidos del trabajo en conjunto entre Lucía Vázquez y Miguel Marín Pavón en About Bunny y Further Thought (pensamientos adicionales) ha conducido a estos dos profesionales andaluces, a dirigirse a un horizonte en donde, realmente, está clara la interdependencia entre la coreografía/idea original con el ambiente sonoro. Incluso me atrevería a afirmar que, con Bajo el árbol la dirección e interpretación de Lucía Vázquez han alcanzado un nuevo ciclo, en donde se percibe que ella no está “bailando” la música de Miguel Marín Pavón, sin que Lucía Vázquez está dialogando con Miguel Marín Pavón a través de la misma.

Es como si hubiesen “prescindido” de la lengua materna que comparten, y se hubieran embarcado a un proyecto cuyo punto de encuentro entre los dos profesionales implicados, es la danza. Esto es: basta fijarse en que muchos de los movimientos de Lucía Vázquez podrían formar parte de una variación más o menos compleja de una clase de danza contemporánea. Sin embargo, su presencia escénica y su relación con la música fue lo que les resignificaba, dotándoles de un peso y lugar en la composición de Bajo el árbol.

Piénsese que, en ningún caso, una pieza de danza debería limitarse a una concatenación de movimientos bien ejecutados, para representar un tema que se pretenda comunicar a un público; sino en realidad, a que sea lo que fuere que se esté abordando, la música no debe supeditarse a la interpretación. Invito a espectadores y profesionales de lo escénico, que prueben a ver si lo que está bailando un intérprete en juego, cuadraría de igual manera con una música diferente a la escogida, y comprobarán que ésta está siendo utilizada como un complemento, no como algo que contribuye a cohesionar a una creación por entero.

Y todo lo que les he destacado salió a relucir hablando de árboles… He allí una de los elementos que erigen a las artes escénicas en un lugar irremplazable e imbatible, dado que una cosa que de primeras resulta trivial (como es hablar de árboles), o si se prefiere, que responde a las inclinaciones de una minoría; se apropia de todo lo que está en la sala. Ejemplo de lo que les comento, es la pausada cadencia de esta pieza, en donde a pesar de que había cambios de ritmo e incluso de “paisajes sonoros” (si se me permite la expresión), uno como espectador sentía que todo estaba dispuesto para perpetuar el equilibrio con y a pesar del movimiento.

Así, el cambio se manifestaba en una permanente regeneración del “ciclo de la vida” del árbol de esta pieza. Aunque ello lleve consigo que este árbol sea consciente de las implicaciones del paso del tiempo, incluyendo su condición de ser destinado a formar parte de la Totalidad de otra manera. No obstante, lo anterior no le desmoviliza, éste está a expensas de que en cualquier momento pueda darse un “nuevo inicio”. Y allí estará preparado y versátil para hacer suyo lo que fuere que se ponga enfrente, siendo que al fin al cabo, lo que le sucede está integrado, indisolublemente, en él mismo.

Desde luego que, esta pieza da para comentar y reflexionar muchas más cosas y verla decenas de veces. Eso sí, no me voy a contener al decir que, ha sido de las mejores obras de danza que he visto en lo que va de año 2023, porque, en resumidas cuentas, esta pieza expresa a la perfección de lo que va la danza.

 

 

Foto: Juan Antonio Gámez

 

Mare Nostrum – María Moguer (estreno)

 

Me encanta cuando artistas de cualquier disciplina representan “lo mediterráneo” sin acudir a tópicos o “chistes fáciles”. Pues, María Moguer se ha aventurado a montar una pieza en la que se la ingenió para entrelazar puentes entre las incontables culturales que han residido y residen en el Mar Mediterráneo.  Llegados a este punto, yo definiría a Mare Nostrum como una suerte de “constelación”, en la que, de un modo u otro, está presente todo el imaginario de “lo mediterráneo”, sin tener por qué citar a cada uno de sus culturas: de esto trata la tarea de sintetizar.

María Moguer asumió el reto de mostrar diversas caras de “lo mediterráneo”, poniendo a prueba diferentes estados de ánimos y modos de moverse. En semejante empresa, su selección musical fue su principal aliada, porque lo que hizo fue escucharla y deberse a ella. En el interior de estas músicas, está albergada una sabiduría milenaria que, a poco que uno se sienta parte de su linaje, encontrará las respuestas necesarias a cómo continuar. Por esto y muchas más cosas, entiendo que esta profesional andaluza ha dado muestras de honradez y verdad con Mare Nostrum.

En esta línea, cabe observarle con atención a lo largo de su trayectoria profesional. No sólo porque en cualquier día de estos nos cogerá desprevenidos, y hasta ella misma se sorprenderá del alcance de su talento y el producto de su entrega incondicional a la danza; sino que además, en piezas como esta es cuando uno comprueba qué tan en serio se está tomando su trabajo el creador y el intérprete que están detrás. En el sentido, de que tratar el tema de “lo mediterráneo” ya de por sí es seductor para el conjunto de los espectadores. Sin embargo, ella fue capaz de abrir una pequeña ventana hacía una dirección que espera ser más explorada, en la que apenas se han hecho “mapas” (por así decirlo) de la misma. No sé qué le deparará a este montaje, pero si tomo por hecho que todos ya hemos ganado un poquito con su estreno.

Aún así, animaría a esta profesional andaluza a que no descarte hacer una versión de más de cuarenta cinco minutos de Mare Nostrum. Es decir: Si bien es cierto que esta versión es algo sólido, siempre se puede profundizar más, de cara a asegurarse a que nada se haya pasado por alto. No vaya a ser que lo que es una idea que ha conseguido una buena ejecución, en realidad, es un quedarse corto de algo que podría ser espectacular e inolvidable. A dónde quiero llegar, a que tengo la sensación de que temas como este se prestan a que uno esté trabajando en ellos “toda la vida”, o por el contrario, a corresponder un deseo que espera ser atendido desde hace un tiempo. Por tanto, en María Moguer quedará la decisión de qué tan lejos quiere llegar con todo esto, y estoy convencido de que acertará en sea lo que sea que escoja.

 

 

 

 

 

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