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It Starts And Ends With You

Por A.C 

I shout out but it just spins faster,

I crawl up but my knees are water,

I cling on by my nails to the sweet disaster

Es extraño no haber estado todavía en París y saber que aquella mañana la niebla difuminaba la torre Montparnasse en una visión inverosímil. Esa torre oscura, tosca, colosal, desaparecía en las alturas y el frío me hacía encogerme en un atuendo elegante (americana gris, bufanda negra, pantalones a juego de ajuste slim) pero más apropiado para los días de atrás, días de primavera en pleno mes de noviembre, que para aquella mañana helada que borraba torres, recuerdos, aquella mañana de despedida de la ciudad donde todo puede ocurrir, donde en un lugar bajo las arcadas de un puente del Sena, cierta noche, los cuerpos jóvenes se movían libres en halos de luz y música electrónica y se podía salir a fumar a una terraza sobre la misma orilla y las luces de París eran puntos para unir un sueño, una idea imposible, como en aquel paseo otra noche, la primera del viaje, a la vuelta de un concierto donde cientos de adolescentes magrebíes desprendían su sudor y yo enloquecía imaginando sus pieles contra la mía a ritmo de hip-hop, y el camino al lejano hotel fue tan fácil como dejarse caer lentamente por las suaves pendientes de la rive droite que nos devolverían al río, a sus dos islas, y en un arrebato me asomaría al agua y dejaría partes de mi cuerpo al desnudo y él me tomaría fotos porque nada, absolutamente nada, está prohibido en París cuando las luces trazan acertijos en la oscuridad.

Es extraño este momento. Es extraña esta conciencia. Es extraño tener veintipocos años y sentir, a veces, que hubiera vivido cuarenta. Mi cuerpo es ciertamente armónico, terso, suave, y sin embargo me sucede sentirme mayor o, por el contrario, demasiado joven, ingenuo, inexperto, entusiasta, no acabo de dotar de sentido a esto que me pasa, o es que acaso es normal disfrutar siendo el objeto de deseo de un viejo sibarita, tener sexo en los baños de una estación, salir a la desesperada cualquier noche entre semana, desechar la compañía de quien al fin te entiende, fabular una aventura desaforada con el chico del tatuaje de Love Of Lesbian… Qué queda cuando se arranca a la narración de su mundo, qué es de sus personajes cuando el creador rompe el pacto y verbaliza el engaño consentido, qué pasa conmigo, Álvaro, cuando él, Antonio, decide poner fin a la ficción y deshacerse de mí, su yo necesario para contar lo que le urge contar porque es él quien recorre el límite entre su presente y su memoria, su presente y su deseo, su presente y un futuro que no se dibuja uniendo los vértices refulgentes de la noche parisina. Antonio actúa un poco como yo: se abandona a una deriva que pretende mantener bajo control con la razón, siempre está dispuesto a seducir como si la cosa no fuera con él, como si desconociera que no tiene que esforzarse demasiado, incluso llega a ignorar su edad y se desliza sobre la frontera entre la atracción natural y la intelectual, entre los cuerpos post-adolescentes y los maduros, entre su plenitud y su decrepitud física. Quizá por eso ha elegido titular este relato con una canción que grita la agonía de una vida que solo puede ser vivida aferrado de las uñas al dulce desastre, ilustrarlo con una foto de su propio cuerpo que lucha por permanecer atractivo, deseable, en un desafío contrarreloj. Yo era la abolición del tiempo, suficientemente joven, suficientemente guapo, pero carecía de experiencia y no he dejado de dar tumbos hasta encontrar el sosiego en esa persona que me ha vigilado en mi particular camino de conocimiento, frenesí, dolor. Por eso Antonio, que enloquecería si conociera a alguien como yo, prefiere recordarme así: acogido, en reposo, enamorado si es que creemos en el amor, haciéndome confiar en que mi destino es esta agradable estación, y no seguir narrándome para, en cualquier momento, arrojarme a nuevos abismos, y es que si algo he aprendido de mi papel es que nada es tan sencillo como para ser culminado en un sereno final, nada es perenne, nada ni nadie está ahí para siempre porque el viaje desgasta los engranajes, el viaje nos transforma y, sin embargo, y aunque a estas alturas resulta evidente señalarlo, Antonio daría todo por ser yo y cometer los errores que no cometió, poner su mente en otros empeños, viajar adonde no ha pisado tierra todavía. Antonio me ha hecho devorar los bocados de vida que no saboreó a mis veintipocos. Si la ficción tiene un sentido, es el de dotar de realidad a lo que nunca fue, ni podría ser, real.

Esto empieza y acaba contigo. Podrás seguir sin mí, Antonio. Sabes que nunca me iré del todo porque siempre encontrarás la frontera bajo tus pasos.

Infinita, incierta, casi invisible.

 

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