Hay una editorial mexicana, Nieve de Chamoy, que edita cuidadosamente sus libros y, además, da voz a nuevas voces de la literatura. Vuelve a hacerlo con Nubecita de Nora Coss, premio Juan Rulfo a una primera novela. Historia magníficamente narrada, con un trabajo del lenguaje brillante y tremendamente divertida. Pero esa diversión en absoluto oculta la dramática historia que nos cuenta, en donde el machismo, las relaciones incestuosas y la competición por el amor de un padre que llevan a cabo dos hermanas quedan reflejadas de forma audaz y estremecedora. Un retrato de la familia actual, de la impostura por conseguir aceptación, tanto personal como social, y un relato sobre la incomunicación y la peligrosa deriva que ha tomado la juventud en el mundo capitalista y consumista en tiempos de la posverdad. Escrita de forma directa y sin anestesias, contundente, arriesgada y eficazmente reivindicativa. Atentos a este libro, en especial quienes os ubicáis al otro lado del charco. Buscadlo.
Sabinas es una localidad mexicana al norte de México, perteneciente al estado de Coahulia, no demasiado lejos de la frontera con Estados Unidos, en su paso por Piedras Negras. Esto es un detalle importante, porque la filtración del colonialismo cultural en Nubecita es un elemento crucial.
En la novela nos encontramos ante una familia mexicana —los Méndez Arreola— zarandeada por todos los vendavales del consumismo norteamericano, incluida la obsesión por conseguir un estatus, un lugar privilegiado dentro de la comunidad, algo tan representativo del american way of life para el que solo tienen ojos los protagonistas del libro, pero sazonado con los comportamientos más provincianos.
De este modo, y dentro del repertorio de anhelos y fracasos que se plantean en la narración, toda ella una batalla de posiciones enfrentadas y aspiraciones en conflicto, el ideal de la familia americana —abandonando el arquetipo de la familia mexicana—, es uno de los principales problemas. Esta lucha plantea problemas de identidad, pero sobre todo se trata de una aspiración a la vida feliz norteamericana, a esa vida de panfletos y propaganda, a esa cultura que bombardea el mundo entero y que poco a poco todos vamos adoptando con mayor o menor resistencia.
En este sentido, el modo de vida americano es un sistema envenenado que termina intoxicando a la familia protagonista del relato. Porque, como ya percibieron a la perfección los diseñadores gráficos de Random House cuando publicaron La broma infinita de Foster Wallace y en la portada colocaron la imagen de una familia norteamericana feliz a la puerta de su casa prototípica, todo es fachada. Detrás se oculta el drama de la deshumanización y el extravío de los valores fundamentales. De esos valores que nos hacen un poco más humanos.
Todo, o casi todo, es apariencia en el sistema universal que ha querido exportarnos Estados Unidos. Así lo muestra el británico Martin Amis en su novela Tren nocturno (Anagrama) en donde la vida idílica de urbanización y campus se ve azotada por un suicidio/crimen inexplicable que esconde la enorme crisis del sistema en su patio trasero.
Sobre estas premisas de la impostura, de la rivalidad por una escasa mejora social que no significa nada, bajo la contaminación consumista, se construye la magnífica narración de Nora Coss. Nace, así, un libro arriesgado y ambiguo, protagonizado por una voz que se desliza peligrosamente hacia la psicopatía aunque, en principio, quiera hacerse pasar por la levantisca mansedumbre de la reacción contestataria de la adolescencia.
Será esta voz uno de los mayores logros literarios de la novela; es la narración en primera persona de Eliana, enfrentada a su hermana Pili por conseguir el amor de un padre calzonazos y cornudo, mientras una madre desquiciada por ascender en el escalafón social se comporta como una mera espectadora, atenta en exclusiva a poder exhibir los entorchados externos del triunfo personal, cristalizados en una obsesión por el ascenso laboral del marido y por la ampliación de la casa con una habitación más.
Este discurso articulado por Eliana arremete contra todo lo socialmente establecido. A ratos nihilista, a ratos punk, a ratos enfermizo, siempre disolvente y sarcástico, producto de una visión de la realidad retorcida (mucho más que distorsionada), en donde se han extraviado los roles de referencia y han saltado por los aires las normas más elementales de convivencia.
Nora Coss logra aquello tan difícil en un escritor que afronta su primera novela: una voz característica del personaje, que nos habla con expresiones y giros propios, que muchas veces utiliza ese spanglish fronterizo, para enarbolar un discurso atómico contra su familia y, por extensión, contra toda la sociedad que la rodea.
Pero cuidado, porque debajo de este torrente de palabras, que puede parecer meramente un artificio divertido, se revela una personalidad oprimida por los cánones oficiales de lo reconocido socialmente como correcto. Eliana sufre por su aspecto físico, en contraposición a la belleza de su hermana, que utiliza como arma arrojadiza para obtener lo que desea sin detenerse ante nada, incluso seduciendo a su propio padre. Eliana está enormemente presionada por la religión y la presencia de Dios, por el conato de educación que recibe de su madre, en donde solo importa mantener las formas y no escandalizar.
Toda esta presión, en lugar de explotar, implosiona. Un día, Eliana enmudece, en un giro de la novela tan sorprendente como genial. Su verborrea disparada se trasmuta en sus pensamientos, ribeteados de un peligro paranoico que continuamente sitúan la acción de la novela al borde de la tragedia. Y como giro narrativo añadido, la repentina mudez de Eliana le proporciona un sentido auditivo ultrasensible, y puede escuchar todos los ruidos y conversaciones que ocurren a su alrededor, incluso lejos, con lo que se dota al personaje de una nueva cualidad que proporciona mucho juego en la novela.
La autora, Nora Coss, lleva quince años dedicada al teatro, y en principio Nubecita nació en su cabeza como tal, como obra de teatro, pero se le apoderó la voz narradora de la protagonista, que para decir todo lo que tenía que decir (y es mucho) necesitaba abrigarse con la prosa. Aun así, en esa ristra de conflictos a la que me refería antes, de agones, que son los que activan las obras de teatro, ha quedado el rastro de la idea original. En Nubecita todo es conflicto, y mediante el conflicto, el roce brutal entre placas tectónicas de personalidad se dispara y moviliza la acción. Esa ha sido la aportación teatral al texto narrativo.
Desde el silencio de la protagonista, paradójicamente, asistimos a un vendaval ingobernable de afirmaciones y situaciones crudas, en donde se camina por la borrosa línea de algunos temas terribles como el incesto, el abuso, el acoso sexual, la infidelidad, la hipocresía de la iglesia y, finalmente, el maltrato de género e, incluso, la enfermedad mental. La soledad de Eliana es insondable, únicamente desde el silencio consigue encontrar su personalidad, pero eso no indica que haya solucionado el problema de la identidad.
Nieve de Chamoy se viene caracterizando por la publicación de novelas en donde destacan voces narrativas poderosas y originales, generalmente cargadas de frustración y violencia, entendidas como una respuesta a la incómoda situación social que soportan. Un ejemplo de este tipo de voces lo encontramos en otros libros de la editorial, de los que ya me ocupado en algunos artículos: Lagarto Rey del panameño Javier Medina Bernal, o Mastodonte, Sacrificio y Negro corazón de los mexicanos Jaime Reyes, Béla Braun y Mateo Miguel, respectivamente. Os dejo enlaces a estos estudios críticos:
La narración de Eliana es subjetiva e interesada, pero no por ello menos cierta, válida, y llega hasta nosotros cargada de toda la furia de la incomprensión y el aislamiento. El acontecimiento principal y movilizador del texto es la necesidad de amor de la protagonista, en concreto del amor de su padre, totalmente desviado hacia la otra hermana. Se inicia así una competición insana, repleta de dobleces y malentendidos, que no puede acabar de otra forma que no sea en desastre.
Frontera, cuerpo, infancia y oralidad, elementos valorados positivamente por el jurado del Juan Rulfo a la hora de premiar a la novela, son las claves de Nubecita.
Frontera, porque aparte de un cronotopo de literatura fronteriza física (entre México y Estados Unidos, como ya comenté más arriba) y con todas las filtraciones e intoxicaciones que esa circunstancia provoca en la familia de la protagonista —como ese día ritual institucionalizado una vez al año en que la familia visita el mall de Eagle Pass para realizar compras compulsivas, a la americana—, encontramos otro tipo de fronteras más difusas pero igual de conflictivas: la que separa una relación de amor paterno filial de un incesto, la que marca los límites entre un matrimonio mal avenido y la violencia de género, la que indica hasta dónde puede o no puede llegar la iglesia o un sacerdote en su relación con una feligresa —“el único novio que he tenido ha sido el padre Miguel”, nos dice inocentemente Eliana—, la que aleja el discurso verbal incontinente de la absoluta mudez, la que establece un carácter rebelde de una enfermedad mental y, la mas importante, la que distingue entre el ser y el parecer, entre lo que se es realmente y lo que se quiere aparentar: “Ser pobre sale caro, me explicó una vez mama”, nos aclara Eliana. Y en una discusión entre el matrimonio encontramos la definición de las aspiraciones de la madre:
“De rato papa le gritoneó: a ver si ya te dedicas a ser mi esposa y no la de ese cabrón, al cabo ya tengo el dinero, ¿no? Y mamá le remató: sí, pero no la clase”.
Cuerpo, en el estallido sexual de Pili, la hermana de la protagonista, pero también en la anatomía menos afortunada de Eliana, cuerpo inmerso en esa turbulencia del tránsito de la infancia a la adolescencia, cuerpo en la mudez como causa psicológica que afecta a la narradora, cuerpo el de la madre y que es deseado por el amigo del padre pero no tanto por el propio padre…
Eliana ocupa una anatomía que le produce rechazo, un mal muy habitual y tristemente contemporáneo de la juventud constreñida por una sociedad que ha equivocado por completo los ideales de belleza. En este párrafo, además, podemos comprobar el peculiar lenguaje de la protagonista, fresco, vivo, repleto de expresiones del habla popular, spanglish, que logran que el discurso nos llegue como lectores, nos cale como una fina llovizna de palabras:
“¡Cuánta desilusión puede caber en un espejo de dos metros por uno cincuenta! Esa imagen de mí no la podré borrar nunca. Una señora tamalera malquerida y desvelada se vería como una miss universo al lado mío. Era una disgrace to women Kind. Y ahí, con la panza fuera, con las chichis apretadas y el gordito de la espalda que se desbordaba en esa horrenda blusa, pensé: ¿por qué no mejor me arrancan la piel y me dejan andar en puros órganos y salimos de pedos?”.
Infancia: ya lo he comentado hace un instante, ambas hermanas abandonan la infancia para adentrarse en los tortuosos caminos de la adolescencia, pero lo llevan a cabo de formas distintas. Pili con su primera menstruación, descubriendo las formas de su cuerpo para obtener sus deseos, utilizadas como chantaje, mientras en Eliana esta transformación es mucho más mental que física. Mientras Pili se dirige hacia la madurez física pero no intelectual, el proceso en Eliana es a la inversa.
Oralidad: Toda la novela es un convite narrativo de primera, un jolgorio expresivo, una celebración del discurso oral, un vertido de los pensamientos desbocados de la protagonista que se alimentan de expresiones populares, de la contaminación lingüística del inglés, de los giros propios de la niña que combina sus expresiones con referencias a canciones de la música popular o del rock. Nora Coss demuestra aquí lo gran narradora que es, porque si, generalmente, un personaje se define por sus actos, en esta ocasión Eliana se define por sus pensamientos. Otro acierto en el haber de la escritora, mucho más meritorio si tenemos en cuenta que nos encontramos ante su primera novela.
Festival narrativo, historia de una familia estructurada, los Méndez Arreola, que realmente está desestructurada, intoxicación fronteriza en donde la hibridación cultural lejos de aportar riqueza atrae miserias, envidias, odios, un retrato de lo contemporáneo si como tal podemos entender una cala en la vida urbanita cotidiana de los personajes del libro, que aparecen como un reflejo de las realidades más habituales de esta modernidad terriblemente egoísta que nos acompaña.
Al fin y al cabo la literatura es el reflejo del momento que vivimos, y estos son los momentos que nos han tocado vivir. Estos son los momentos de Nubecita. De verdad, no os la perdáis porque, además de todo lo dicho, es una novela extraordinariamente divertida. Y solo eso, ya sería mucho en el panorama actual literario que soportamos. Reconozcámosles a Nieve de Chamoy y a Nora Coss todo el mérito que tiene sacar adelante un texto como Nubecita.
Nubecita descarga toda una tormenta literaria sobre quien la lee, que ya no puede separarse del texto…empapado el lector de palabras y giros: Español de Mexico que me es gratamente familiar, «spanglish» y referencias musicales. La historia narrada desde la visión de la adolescencia, con una oralidad absoluta refleja a través de la vida de una familia el mundo cruel que hemos construido, lleno de falsedades. Muestra un Mexico que siempre mira a USA, imitable y difícilmente alcanzable.
La protagonista cuenta los hechos y te divierte, pero sabes que asistes a una tragedia familiar. Tragedia que se impregna de locura.
Literatura que además se completa con la tecnología siglo XXI, me gustan esas referencias musicales que son banda sonora y a las que tenemos acceso a traves de una «playlist» de Spotify.
En algún momento ha venido a mi memoria otra tragedia narrada por un adolescente mexicano que tambien vivía con la influencia de USA…en un convulso siglo XX, Jose Emilio Pacheco y Las batallas en el desierto, tambien breve, intenso y magistral relato.
Maribel Rodrigo, agosto 2021, junto al mar