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Por A.C | Ilustración Daniel M. Vega

A veces me rallo. Siempre hay un detonante, pero en realidad es algo que va a sucederme antes o después. Soy así. Ayer fue una llamada de Alberto mientras llegaba a casa de un tío con el que había quedado por Grindr. No le contesté, pasaba de contarle lo que estaba a punto de hacer, pero más pasaba de tener que ocultárselo. Aun así me agobié, tuve mi cabeza en otro lugar mientras dejaba que ese tío me follara de todas las maneras, todo el rato que quiso, sin que le importara lo más mínimo cómo me lo estaba pasando yo. Y mejor, fue mucho más fácil así.

Cuando ya estuve en la calle le escribí a Marta, este viernes no nos habíamos visto porque Samuel me había propuesto salir por ahí sin Eva, que se iba a quedar estudiando para un examen el día siguiente de una asignatura que yo no tengo. Le había dicho que sí, claro, y aunque animé a Marta para que se viniera si quería, noté que se había quedado resentida por darle plantón. Pero anoche ya se le había pasado, había vuelto a usar nuestros iconitos típicos del Whatsapp, y le pregunté si podía ir a dormir a su casa. Le pareció bien. Yo llevaba las litronas, ella iba a llamar al ‘telepi’. Como de costumbre.

Sin embargo, desde el primer momento nada fue como de costumbre. No me dejó ni meter las litronas en el frigorífico, tuve que dejar la bolsa al pasar el umbral. Me empezó a besar lentamente por todo, con pequeños mordiscos, lamiéndome la piel con los ojos cerrados y sus manos acariciando mi espalda, mi cintura, mi pecho. Me arrastró hacia el sofá, se arrodilló delante de mí y me bajó los pantalones. Todo era suave, amable, cuidado. Solo entonces caí en la música que había estado sonando desde que me abrió la puerta: Billie Holiday. Había una botella de tinto caro sin abrir en la mesa y dos copas. Entonces recordé. Yo le había contado lo de aquel tío, el que tenía botellas de vino y discos de jazz, el que me dio popper y me usó como le dio la gana sin la menos contemplación. Marta estaba representando todo lo que yo le había contado, que no era la verdad. Porque aquel tío no compartió conmigo ni el vino ni el jazz ni la ternura, pero  Marta se había creído mi historia y había inventado ese juego entre los dos segura de que yo me daría cuenta y le regalaría mi silencio cómplice  Me conmoví. Antes de que fuera demasiado tarde la paré, le ayudé a incorporarse y la llevé a la cama. Allí le hice el amor como nunca se lo había hecho. Sin extrañezas, sin imaginación siquiera. Simple y puro sexo de pareja. La esperé, nos corrimos juntos. Me quedé abrazado a ella escuchando la música, saboreando de antemano el vino, los besos de ‘después de’.

Me había dejado traer las litronas, “total, las podemos beber el viernes”. Me había mentido sobre el ‘telepi’, “quería darte una sorpresa”. No me había confesado que por primera vez tiene celos. De Alberto, de Samuel, de Eva, del cruising, de los polvos express del Grindr… De mi incansable sed.

Está exhausta de mí. Se ha cansado de ser y no ser, de que yo esté y no esté al mismo tiempo. Quiere tenerme del todo o no tenerme en absoluto.

– No tengas prisa, piénsatelo bien.

– ¿Y entre tanto?

– Entre tanto, amigos.

Hoy, al despertar, Marta no estaba. Antes de irme me he quedado un largo tiempo contemplando la habitación, los tejados tras la cortina, la botella y las dos copas de anoche al pie de la cama.

“¿Sería feliz aquí?”, me sigo preguntando.

} continuará

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